martes, 10 de febrero de 2009

Mao: el mayor demócrata de la Historia


Es preciso un “ajuste de cuentas” con ciertos conceptos que han sido persistentemente prostituidos por diversos actores inexcusablemente ignorantes y majaderamente tendenciosos. Me refiero a la prensa toda (local y extranjera), Holywood, Amnistía Internacional y la Casa Blanca. Mi querella consiste en que todos esos medios insisten en sobrevalorar la democracia, situándola en un pie de legitimidad indiscutido e indiscutible. Deforman, además, el concepto mismo de democracia, destruyendo aquello que en filosofía política siempre estuvo meridianamente claro: la democracia es, conceptualmente, el gobierno de la mayoría. Si la mayoría no puede gobernar por sí misma, entonces delega (explícita o tácitamente) su voluntad (soberana) en alguna autoridad (Góngora). De tal modo, la democracia es, en términos prácticos a la vez que conceptuales, un mecanismo para elegir autoridades basado en la regla de la mayoría. El ejercicio de la democracia no presupone la existencia de libertades individuales (Stuart Mill) ni de separación de poderes (Montesquieu) ni de derechos contramayoritarios (Dworkin). En otras palabras, la democracia no implica liberalismo, de modo que puede haber democracias dictatoriales (Franco) y democracias totalitarias (Mussolini). Para que exista democracia, tampoco es necesario que hayan elecciones: basta el consentimiento mayoritario del pueblo, sea por aclamación carismática (Kim il Sung) o por mecanismos plebiscitarios (Perón, Hussein). Por lo mismo, la democracia puede llevar a la peor de todas las tiranías. En rigor, la democracia con que tanto se llenan la boca los medios de comunicación masiva es una versión de democracia y, en mi concepto, la única moral y políticamente legítima: la democracia liberal. Es máslo que realmente garantiza los derechos y libertades (el derecho natural) es el liberalismo y no la democracia. Las premisas legitimantes básicas de la actuación del Estado son esas, no la democracia. Por lo tanto, puedo encontrar perfectamente legítimo un gobierno monárquico (José II) o aristocrático (Venecia en el siglo XVIII) que respete dichos derechos.
En suma, la democracia está sobrevaluada, ya que la misma no supone más que el asentimiento de una mayoría que puede ser estúpida, inculta o irresponsable. Durante el Tercer Imperio, casi todos los alemanes eran nacional socialistas; durante el régimen fascista, casi todos los italianos profesaban dicha ideología. Y si de números estamos hablando, no me cabe duda que Mao ha sido el mayor demócrata del mundo. De ahí el título de esta columna.

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