martes, 10 de febrero de 2009

Acerca de la obscenidad

Como todo concepto que deviene en el tiempo, lo que es obsceno o no, ha experimentado variaciones significativas. En nuestra órbita occidental, la obscenidad hace rato se ha identificado con lo impúdico[1], lo que “debe ocultarse”, aquello que normalmente no está a la vista del público, y que, en general, se identifica con los órganos encargados de la reproducción. Este contenido cultural, sea cual sea su fundamento, es algo de lo que no podemos escapar: está en nosotros a perpetuidad. Cuando nos desnudamos en público, es porque hemos “vencido el pudor” (y por lo tanto, en el fondo no lo consideramos “normal”). El estado de normalidad es, en nuestro contexto, muy diferente: lo “normal” es que estemos vestidos. Y eso ha sido así por siglos. Incluso los antiguos griegos andaban vestidos por pudor. Las célebres esculturas que los muestran en cueros, así como los juegos de guerra, y los eventos de atletismo en que participaban desnudos, eran expresiones culturales excepcionales, reservadas general para los seres más perfectos (más cercanos a la proporción áurea o canon de Policleto). Lo normal en Grecia era andar vestidos. Y eso persiste.
Pero ¿Es importante el pudor? Sí, es importante. El estado propio de la civilización es la vestimenta. Es eso lo que nos separa (externamente) del resto de los primates. El vestido es, y ha sido siempre, una manifestación relevante del espíritu humano. Ahora ¿la obscenidad, la impudicia, es mala per se? Mi respuesta es categórica: no lo es. La obscenidad está reservada, eso sí, para otros contextos. Me pregunto –por ejemplo- ¿qué sería de la sensualidad provocativa de los senos femeninos, si estos anduvieran al aire todo el día? Que magia tendría, en el acto sexual, el incursionar en el sexo de nuestra pareja, si éste estuviera a la vista para todos. Lo obsceno, lo impúdico, enriquece la vida. El erotismo basa parte importante de su atractivo en sus ritos. Uno de esos ritos fundamentales es el desnudo, símbolo de la intimidad y del secreto. Si todos anduviéramos en cueros, esa gracia se esfumaría, y el erotismo perdería parte importante de su contenido. Recordemos que la represión nos ayuda a intensificar aun más los placeres cuando éstos se nos presentan.
[1] Ver diccionario de la RAE en: www.rae.es

No hay comentarios:

Publicar un comentario